Bruno Coulais ha sabido crear la atmósfera requerida para esta historia de terror y misterio. Tratando la partitura como si fuese para un cuento, las notas nos van inundando de sensaciones, en momentos, verdaderamente inquietantes. El acertado uso de la percusión y del teclado junto a los vientos, cuerdas y los coros estremecedores, consigue que la composición para Vidocq nos turbe dentro y fuera de la pantalla. Aunque muchos traten de compararle con Danny Elfman, no tiene nada que ver, ni siquiera sigue las mismas pautas. Coulais ha creado un estilo propio, como ya demostró en Las flores de Harrison, muy a tener en cuenta para futuras ocasiones.